martes, 1 de enero de 2013

LA FUERZA DE LO DEBIL. 20/10/2013

LA FUERZA DE LO DEBIL. 20/10/2013

                 Introducción. Que el evangelio que hemos proclamado en la fiesta del Domund sea el de la viuda que le pide justicia al juez injusto me ha dado mucha luz para descubrir el verdadero espíritu de la misión. La viuda encarna la pequeñez, la fragilidad, el desamparo. Como nos sentimos muchas veces nosotros frente a los grandes retos que nos presenta la vida. La impotencia que sentimos frente al sufrimiento de los que queremos, el no saber qué decir, cómo ayudar, el no poder ser respuesta frente a las peticiones que nos llegan. Los misioneros no somos héroes, con súper poderes, armados de fuerza o de seguridades, sino personas conscientes de nuestra fragilidad, pero que se apoyan diariamente en la fuerza que nos da el Señor. "Todo lo puedo en aquél que me conforta". Filp 4,13.

                 Cuando Jesús enviaba a sus discípulos siempre les invitaba a la desposesión y a la sencillez. No vamos armados de recursos, de estrategias, de maravillosas ofertas irresistibles, sino de la simplicidad y de la confianza de sentirnos llamados y ungidos por el amor de Dios. Él nos capacita para el desempeño de una misión que no se basa en los talentos ni en las habilidades, sino en dejar traslucir la bondad y el amor de Dios del que es portadora nuestra humanidad. Cuanto menos lentejuelas, y menos espejitos deslumbren, y cuanta más sencillez y autenticidad traduzcan nuestras vidas, más creíble se mostrará el tesoro del que somos portadores. Por eso lo que se exige a nuestra Iglesia no es que despliegue grandes planes logísticos, ni masificadas actividades pastorales, sino el pequeño rebaño alegre, sencillo, que tiene a Jesús en el centro de sus energías, de sus esfuerzos, de sus afectos.

                Lo que Dios nos dice. "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento". Mt 10,8-10.

Todo lo que les pide Jesús a sus discípulos es imposible para ellos. No está en nuestras manos resucitar, expulsar demonios, sanar a los enfermos. Si se apoyaran en sus propias fuerzas, todos los discípulos se habrían sentido indignos y habrían abandonado al Señor. Pero entienden desde el primer momento que no son ellos los protagonistas de una tarea tan grande. Son colaboradores, necesarios, pero el que hace los milagros, el que sana, el que cura, es el Señor.

"En definitiva, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Servidores a través de los cuales accedisteis a la fe, y cada uno de ellos como el Señor le dio a entender. Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer; de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer. Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios". 1ª Cor 3,5-9.

Desde la alegría por la inmensa confianza que deposita el Señor en nuestras vidas, sabernos llamados a trabajar en la viña del Señor, es compartir de forma gratuita la alegría de sabernos amados, sanados, reconciliados. El mensaje que se nos invita a compartir es el mismo de María en el Magníficat.

                " Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava, Desde ahora me felicitarán todas las generaciones". Lc 1,46-48.

Sentirnos misioneros no depende tanto de geografía, de en qué latitud del mundo nos encontramos, sino del deseo sincero de compartir con los que nos rodean las buenas noticias, sencillas y cotidianas, que diariamente la fe nos regala reconocer. Estar vivos, tener amigos que nos rodean, vivir acompañados, tener talentos y capacidades para hacer de este mundo un lugar más humano.

 "Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo". 2ª Cor 4,7-10.

                Ser portadores de buenas noticias no significa que no suframos, que no nos duela la vida, o que la fe nos preserve del dolor, o de la soledad. Lo que sí que nos regala sentirnos colaboradores de Dios, es poder vivir agradecidos por ser testigos privilegiados del paso de Dios por la vida de tantas personas que se sanan, que se liberan, que transforman sus desiertos en fértiles valles, y su luto en danzas contagiosas. Hay que pedir al dueño de la mies, que los que ya estamos en la mies, nos sintamos obreros. Que dejemos de ser espectadores, y pasemos a ser protagonistas de esta historia de amor.

                Cómo podemos vivirlo. Los misioneros no somos personas exigidas y agobiadas por querer solucionar de golpe todos los problemas del mundo, como si de magia se tratara. Claro que nos encantaría erradicar el hambre del mundo. Claro que nos encantaría que el drama de las pateras y los inmigrantes muertos en el Mediterráneo nunca más volviera a ocurrir. Que todas las guerras se acabaran, que solo hubiera gritos de alegría y lágrimas de felicidad. Pero hasta que eso ocurra, los misioneros invertimos lo mejor de nuestros esfuerzos en intentar mejorar las realidades cercanas que nos rodean. Por eso podemos sentirnos misioneros todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario