QUE NO TE SUDEN LOS OJOS, MAMÁ.15/09/2013
Introducción. De todas las palabras que
a lo largo de un verano, he compartido, he escuchado y he pronunciado, la que
con más intensidad se ha grabado en mi memoria es esta: "Mamá que no te suden los ojos". Se la decía un niño a su
madre al verla llorar. Expresaba el deseo más sincero de que su madre no sufriera,
no estuviera triste. Y esas palabras que nacen de la mirada limpia y pura de un
pequeño son las que con más claridad resumen como percibo los sentimientos de
Dios frente a nuestras vidas, tan cargadas y tan llenas de motivos para la
tristeza y para la queja. Venimos de un verano donde en teoría tendríamos que
haber recuperado las energías y los deseos de afrontar el nuevo curso. Y la
realidad se presenta frente a nosotros con toda la exigencia y toda la crudeza
posible. Nada más llegar a la parroquia después de los retiros había un
verdadera bolsa de trabajo que hizo que los efectos del descanso y del relax
quedasen rápidamente en el olvido. Parece que hace mucho tiempo que estábamos
relajados y felices junto al mar, y que los coles, las prisas, los uniformes,
los cambios en la empresa, nos han quitado
la alegría. Necesitaríamos vacaciones ya, cuando esto no ha hecho más
que comenzar. Por eso siento que hay una invitación profunda que nos hace el
Señor a que nuestro descanso no dependa de si podemos irnos fuera de viaje o
no. De si logramos situaciones ideales para el disfrute y el ocio. Si no
encontrar diariamente el sentido y la claridad de lo que vivimos. El alimento y
la motivación lo tenemos que descubrir cada día. No podemos esperar al próximo
verano para estar bien y cargar las pilas. O lo aprendemos a hacer durante el
camino o se nos hará muy cuesta arriba el curso.
Lo que Dios nos dice. "Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que,
sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: ¡ Ya es demasiado,
Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor
que mis padres! Se recostó y quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo
toco y dijo: Levántate y come. Miró alrededor y a su cabecera había una torta
cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió y
volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo toco y de
nuevo dijo: Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo. Elías
se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta
días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios". 1ª Rey 19,4-8.
Y
es ese deseo de Dios, que vivamos reconociendo los regalos continuos que la
vida nos da, las oportunidades, las ocasiones que se nos brindan de desplegar
nuestra capacidad de amar. Y eso no ocurre en escenarios preparados, sino en la
más estricta improvisación. Y poco a poco volvernos más conscientes de lo que
ya tenemos y vivimos, más que lo que nos falta y que carecemos.
"Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Mt 11,28-30.
Tenemos
por delante un curso donde las palabras consuelo, descanso, reconciliación,
paz, confianza, tienen que ir ganado peso y sentido para nuestra vida. Porque
no estamos llamados a vivir con una vida desequilibrada y sin orden, donde
apenas tenemos nada que decir, como meros receptores pasivos de los
acontecimientos, de las casualidades y de las circunstancias como nos vengan,
Tenemos el gran don de la libertad, para ver dónde y cómo queremos que transcurran
nuestros días y nuestros meses. Elegimos, los cómos y los con quien.
"Consolad, consolad a mi pueblo-dice vuestro
Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por
sus pecados. En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad la estepa
una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas
se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabrosos se iguale. Se revelará la
gloria del Señor". Is 40,1-5.
Qué maravilla
poder vivir convencidos y confiados que nos hay nada ni nadie que nos pueda
separar del amor de Dios. Está muy cerca de todos nosotros y de todas nuestras
realidades. No se acerca a nuestras vidas cuando todo está en calma y ordenado.
Es desde el centro se la tormenta donde podemos percibir su presencia, su
fortaleza, que es capaz de calmar todas las adversidades.
"Subió
Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se produjo una
tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; el dormía. Se
acercaron y lo despertaron gritándole: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les
dice: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? Se puso en pie, increpó a los
vientos y al mar y vino una gran calma. los hombres se decían asombrados:
¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?". Mt 8,23-27.
Cómo podemos vivirlo. Tenemos
que huir de las prisas, de los agobios, de las urgencias. Tenemos el tiempo que
tenemos, las capacidades que tenemos y la vida que nos rodea. Sólo podemos
hacer lo que está en nuestras manos y es nuestra responsabilidad. Por eso vivir
cada momento como si fuese el último, no intentando resolver todos los
problemas de toda nuestra vida de golpe. Y que
nada ni nadie nos robe la alegría, la gratitud en el corazón ni la sonrisa de
nuestro rostro.
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